Una zarzuela musical

Una de las producciones más emblemáticas del Teatro de la Zarzuela, dirigida por Emilio Sagi y Guillermo García Calvo, vuelve otra vez a Madrid en un retrato nostálgico de una Madrid republicana, acogedora, feminista de los años treinta. Y casi parece un musical.

Los primeros ejemplos de Zarzuela se remontan a la primera mitad del siglo XVII, ya que sabemos por cierto que Calderón utilizó por la primera vez el vocablo Zarzuela para definir su obra titulada El golfo de las sirenas en el 1657, aunque el género se relaciona con anteriores tipologías de teatro musical español. El nombre deriva del equivalente Palacio Real de la Zarzuela en el monte del Pardo, en los alrededores de Madrid, donde se hicieron las primeras representaciones.

¿Que la Zarzuela haya sido afectada por la Opereta Francés? Posible (como es posible lo contrario), pero aún más, si queremos ser específicos, tiene características en común con la Opéra-Comique francés, en la cual, como en la Zarzuela, se alternan partes cantadas con partes dialogadas. La del manojo de rosas además, a nivel de composición musical, no es solamente una zarzuela, sino un sainete: un componimiento en un solo acto – normalmente acompañado de música instrumental en función contrapuntista y danzas – utilizado mucho en el siglo XVII como género menor en las aperturas, entremedios, cierres de comedias, y que sólo en el siglo XVIII se volvió un género con características propias.

La decisión – por parte del compositor Pablo Sorozábal junto a los libretistas Francisco Ramos de Castro y Anselmo Cuadrado Carreño – es de componer un sainete de dos actos en una Madrid tan afectada por los cambios económico-sociales de los Años Treinta. Componer una Madrid que se dirigía hacia la modernidad podría parecer una locura: eran años de grande fervor teatral, musical y cultural en Europa, los años del cine, del jazz y de la conquista del derecho al sufragio de las mujeres en España, de los cursos y conferencias de la Cívica de Madrid (Asociación Femenina de Educación Cívica de María de la O Lejárraga García para “preparar y capacitar a las mujeres para la vida fuera de sus casas”). Y, no por último, eran los años de los rascacielos, de la finalización de las obras de Gran Vía, conviertida desde aquel momento en la calle neurálgica de la capital española.

La del manojo de rosas es un espejo de todos estos cambios vertiginosos. El mismo Sorozábal declaró que el proyecto estaba dirigido: «no al Madrid clásico, sino al Madrid al día», queriendo demonstrar que «el sainete madrileño estaba todavía ahí, al alcance de la mano, en plena calle». Y efectivamente así es. Sólo al escuchar unas palabras y unas notas de La del manojo de rosas te encuentras en las calles de Madrid, te parece reconocer las tiendas, los bares, los tipos populares y las historias de vida que cuentan. Escenas de barrio, de vida cotidiana de una ciudad abierta, que siempre quiere disfrutar y quiere hacerlo en la calle. Y que dentro de poco, al afirmarse la dictadura franquista, cambiará del todo trágicamente.

La producción dirigida por Emilio Sagi, que la estrenó en el 1990 en Madrid, cumple 30 años. La dirección de Sagi resulta todavía al día con los tiempos: es una zarzuela espontanea, fresca, exactamente como el brote de una rosa que se está abriendo. Música y texto llegan al corazón del público sin dificultades, de manera directa.

Hay dos versiones de esta producción, con actores distintos: la función en la cual participamos veía como protagonistas esenciales Ruth Iniesta en el rol de Ascensión y Carlos Álvarez en el rol de Joaquín: estrella indiscutible de la lírica y actor formidable, totalmente dentro del personaje. No hay momento en el cual su presencia escénica no llene el escenario, tal vez también en detrimento de los otros actores y cantantes, que se hacen inevitablemente pequeños en su presencia, con un público que patalea para oír su voz y que aplaude fragorosamente después de sus arias o duetos.

Después de todo Joaquín es un personaje que Carlos Álvarez interpreta desde hace mucho tiempo: muy deseado por Sagi, debutó justo en el 1990 en la primera puesta en escena de La del manojo de rosas. Por eso, probablemente, su interpretación es tan sentida y profunda.

La versión de La del manojo de rosas dirigida por Sagi, con su fusión de lenguajes, sus coreografías, sus solos y duetos en el proscenio, casi se parece a un musical, elegante, discreto y muy castellano. Son efectivamente los años del ascenso y del esplendor del musical en Nueva York con los sucesos de Gershwin, Porter, Rodgers, que introducen elementos jazz sofisticados; las primeras películas sonoras musicales se ciernen sobre el espectáculo en vivo y compiten con ello. ¿Y si todo esto tuviera a que ver con la manera de pensar, escribir y componer La del manojo de rosas?

La obra se vuelve claramente y románticamente musical en el segundo cuadro del segundo acto. Ascensión y Joaquín, que cantan una habanera (¿Qué esto está muy bajo? ¡Qué tiempos aquellos!) vuelven a amarse bajo una lluvia torrencial, que se para mágicamente cuando los dos amantes deciden volver juntos.

Hay que decir que tanto la escenografía de Gerardo Trotti cuanto la iluminación de Eduardo Bravo contribuyen de manera determinante a crear la atmósfera, como contribuyen a envolver al espectador en esa especie de aura mágica y melancólica, en el imaginario de la Madrid viva y punzante de los Años Treinta. Las escenas de rencuentro entre Ascensión y Joaquín mencionadas anteriormente no tendrían el mismo impacto y la misma belleza sin esa luz azul, sin esa niebla que de noche envuelve las farolas, sin esas luces que vienen desde las ventanas, sin esa lluvia tan real.

El aparato escenográfico consta de unos palacios en una calle de un barrio del centro de Madrid. Podrían ser unos balconcitos de Chueca o Chamberí, y un bar restaurante que tiene ventanas redondas en estilo Liberty, y una floristería y un taller mecánico. Es esta escenografía que desde el principio, permite “escenas reversas” peculiares y divertidas: señoras que miran y que comentan lo que pasa desde la ventana, personas que espían y que hablan por teléfono, hombres que se cortan la barba, parejas que discuten y que comparten y beben vino, camareros, señoras y señores en el bar mini escenas de vida cotidiana que contribuyen a llenar el escenario y que representan detalles que hacen la diferencia.

Equilibradas y elegantes las coreografías (Goyo Montero, Nuria Castejón) de los bailarines – figurantes que animan el escenario y mantienen el público despierto.
Todo encaja como en un puzzle.

El espectáculo se ha representado en el
Teatro de la Zarzuela
Calle de Jovellanos, 4, Madrid
10 – 22 de noviembre de 2020
martes – sábado 20.00; domingo 18:00

La del manojo de las rosas
Sainete lírico en dos actos y seis cuadros
música Pablo Sorozábal
libreto Francisco Ramos de Castro y Anselmo Cuadrado Carreño
dirección musical Guillermo García Calvo
dirección de escena Emilio Sagi
con Ruth Iniesta (10, 12, 14, 18, 20 y 22 de noviembre ) Raquel Lojendio (11, 13, 15, 17, 19 y 21 de noviembre) Carlos Álvarez (10, 12, 14, 18, 20 y 22 de noviembre) Gabriel Bermúdez (11, 13, 15, 17, 19 y 21 de noviembre) Vicenç Esteve David Pérez Bayona (10, 12, 14, 18, 20 y 22 de noviembre) Joselu López (11, 13, 15, 17, 19 y 21 de noviembre) Sylvia Parejo (10, 12, 14, 18, 20 y 22 de noviembre) Nuria Pérez (11, 13, 15, 17, 19 y 21 de noviembre) Ángel Ruiz Milagros Martín Enrique Baquerizo César Sánchez Eduardo Carranza Joseba Pinela Daniel Huerta, Alberto Ríos, Francisco José Pardo, Rodrigo Álvarez, Alberto Camón, Román Fernández-Cañadas, Francisco José Rivero
bailarines-figurantes Begoña Álvarez, Cristina Arias, Ariel Carmona, Lara Chaves, Emmanuel Chita, Sarah Croft, María Ángeles Fernández, Alberto Ferrero, Antonio Gómiz, Rafael Lobeto, María López, Helena Martín, Xavi Montesinos, Daniel Morillo, Luis Romero, Esther Ruiz, Lara Sagastizabal, Natán Segado, Rosa Zaragoza
escenografía Gerardo Trotti
iluminación Eduardo Bravo
coreografía Eduardo Bravo Goyo Montero
reposición coreográfica Nuria Castejón