Ritratti d’autore

Por la primera vez desde el comienzo de la pandemia, el pasado octubre ha vuelto el Magdalena Project, movimiento internacional de mujeres creadoras, fundado en el 1986 en Galles y que ha tenido más de 100 encuentros entre Europa, América, Australia, Nueva Zelanda. Mujeres creadoras se encuentran periódicamente, en varios lugares del mundo, en una reseña que une talleres, mesas redondas de reflexión, conciertos, exposiciones, espectáculos y actividades junto con la comunidad local. Esta edición dirigida por Residui Teatro se ha intitulado tradición – transmisión – transgresión y ha visto más de setenta mujeres de todo el mundo reunirse en el precioso pueblo de Ayllón, donde hemos encontrado Patricia Ariza, teatrera, poetisa, dramaturga, escritora y feminista, representante de la resistencia artística y política en Colombia, de las reivindicaciones de las mujeres y de las víctimas del conflicto armado en el país, sobreviviente al genocidio de la Unión patriótica. En sus ojos la lucha, la sabiduría y la paciencia.

El título de este año del Magdalena Project es tradición – transmisión – transgresión: ¿como impactan y a que le hacen pensar estos conceptos en cuanto mujer, dramaturga, teatrera y poetisa colombiana?
Patricia Ariza:
 «De esas tres palabras hay una que las integra todas las demás que es la transgresión, y es la más importante para mí. El arte es transgresión por naturaleza, por eso hago teatro, porque me da la posibilidad de transgredir el comportamiento humano: porque el arte llega a otros lugares de donde llega la política; llega a los afectos, a los sentimientos. Yo soy artista por la paz social y al mismo tiempo soy política; entonces hago obras de teatro en sala y obras en la calle, performances permanentes en las calles de Bogotá contra la guerra, contra el poder. Trabajo con víctimas y hemos hecho performances con 350 mujeres en los lugares del poder, como Mujeres en la plaza. Memoria de Ausencia (2009). Por lugares del poder me refiero a las plazas públicas donde se reúne el poder masculino patriarcal, los ocupamos a esos espacios de manera diferente. Trabajo con los cuerpos, cuerpos que pueden ser transgresores: mujeres que se encaraman a las estatuas y hablan con el cuerpo desde allí. En los meses pasados, en Colombia hubo una gran movilización cultural, social y política de los jóvenes. Duró cuarenta días, todos los días los jóvenes en la calle con los indígenos tumbaron muchas estatuas de los conquistadores, y eso también es transgredir, ya que esas estatuas eran una tradición sagrada para la institución».

En esta edición del Magdalena Project, usted ha dirigido una performance en el pueblo de Ayllón con las mujeres que han participado en su taller durante 4 días. ¿Nos podría contar algo más sobre el proceso de ensayos y la performance?
P.A.:
«Ha sido una experiencia muy emocionante porque teníamos muy poco tiempo. Yo trabajo mucho con la creación colectiva, que consiste en creer que se puede y se debe crear con el otro y con la otra; entonces hemos reunido las bailarinas, las cantantes, las actrices por grupos separados y cada uno creó lo suyo porque ningún director habría podido haber hecho lo que hicimos dirigiendo cada cosa singularmente. Le dimos mucha confianza a la gente y trabajamos mucho con Mariana, una mujer de Ayllón que nos ayudó en conocer la ciudad (yo no conocía nada de Ayllón, nada). Nos ayudó a hacer el recorrido del pueblo, a mirar los lugares, a pedir permiso a los balcones para que nos dejaran el espacio. Y todo salió mucho mejor de lo que yo pensaba, ¡fue fantástico! El pueblo estaba lleno de colores, la banda nos acompañó durante la performance, la gente del pueblo nos acogió y en los balcones y desde las ventanas se oían cantos, poemas. Lo importante era encontrar algo que atravesara el tema encontrado, el homenaje: hacer el homenaje a Ayllón y a sus mujeres. Eso nos unió a todas y además permitió también la colaboración de todo el pueblo; la gente prestó sus ventanas y todo. Yo quería que en todas las casas hubiera vestidos de mujeres puestos en la ventana. Eso no fue del todo posible, pero no importa, salió! Unos compañeros nórdicos del Odin estaban muy preocupados pensando que eso iba a ser un caos. Cada grupo tenía una persona que lideraba ese grupo y yo me reunía con ellas: sí hubo una organización claramente, pero no milimétrica, sino una organización desde el punto de vista artístico de lo que queríamos. ¡Las bailarinas en la montaña fue un acto bellísimo y a seguir la performance en la plaza fue muy potente! Tuvimos ocho horas para montar la performance. Un milagro».

¿Cuál es su idea del teatro, de su función en la sociedad y de la investigación estética en las prácticas performativas? ¿Cómo han afectado estos años de pandemia a su actividad?
P.A.:
 «Yo hago parte de un grupo de dedicación sistemática del teatro, Candelaria Teatro. Prefiero decir dedicación sistemática que decir profesional, porque una persona profesional es una persona que trabaja dentro de un horario. Nosotros, como grupo, ensayamos todos los días de la vida y entonces el nuestro es un sistema de pensamiento, de mirar el mundo. El teatro para mi es como el laboratorio, un espacio de trabajo muy disciplinado y organizado; la performance es un ejercicio de la libertad que a mí me permite unir la política con el arte de manera orgánica, porque las salidas en la calle las hacemos para protestar. Entonces, fuera del territorio que podemos definir teatro, hago el trabajo con las víctimas del conflicto en Colombia. Yo misma soy sobreviviente de un genocidio político que hubo en Colombia contra un movimiento político que se llama la Unión patriótica: mataron a todo el mundo, asesinaron a todo el mundo. Yo sobreviví de milagro. Tenemos la Escuela de Mujeres en escena por la Paz de la Corporación Colombiana de Teatro que ha nacido en el 2018, con el fin de generar un espacio de encuentro y formación en temas de cultura, género, paz, feminismo y participación política de las mujeres. La escuela cuenta con un espacio de formación artística que está direccionado en dos ejes: la polifonía y la creación colectiva. Una apuesta artística que además de denunciar, refleja la lucha y las resistencias que han hecho las mujeres a través del tiempo. Trabajamos con las victima, hacemos performances en la calle muy transgresoras, las hacemos de manera muy desafiante, porque es la única manera de cambiar las cosas, , utilizamos la danza, mezclamos las victimas con las actrices y los actores. Hay sindicatos u organizaciones de víctimas que nos llaman para que hagamos algo junto a ellos y para ellos, como por ejemplo la celebración del Día Nacional por la Dignidad de Víctimas (en el 2016 el Decreto 1480 establece el 25 de mayo como Día Nacional por la Dignidad de Víctimas de Violencia Sexual, para las víctimas de delitos sexuales en el marco del conflicto armado, ndr). En una performance que hicimos pusimos mil mesas en la Plaza de Bolívar y en cada mesa una de las víctimas traía los objectos que tenía el compañero asesinado o la compañera asesinada: el libro que estaba leyendo, los zapatos, una camisa, los objectos. Esa fue tan conmovedora, todas llorábamos porque fue muy fuerte. Aproximativamente en el 2004 hicimos una muy bella en la plaza de Bolivar, la con el Movimiento social de mujeres, una organización no conformada de las mujeres que se organizan en luchas comunes por la paz y los derechos de las mujeres y de la vida digna. Ya que casi todas las estatuas en Bolivia son de hombres, hicimos un pedestal igual al que se encuentra en la plaza en madera que imitaba la piedra y allí pusimos a Manuela Sáenz que era la compañera de Simón Bolivar – ella fue una mujer independentista antes incluso de conocer a Simón Bolivar, pero la historia ha sido muy injusta con ella y entonces se conoce como la amante del libertador. Se quedó un día y medio. El tercer día llegó la policía con un camión donde metieron la estatua de Manuela. No cabía porque la espalda era muy grande, entonces la cogieron a golpes, le rompieron un brazo, y le rompieron la falda. Nosotras la rescatamos, fuimos a la policía, le restauramos el brazo, le restauramos la espalda y la pusimos encima de nuestro teatro: ahora está allí arriba y es el emblema de nuestro teatro. Esa fue una performance muy transgresora. Fue muy divertido porque en el momento que se llevaron la estatua – a las seis de la mañana, cuando había casi solo mendigos – pasaba un noticiero de la televisión que empezó a preguntar que pensaban sobre ese acto: las mujeres decían que era muy bueno que hubieran llevado esa estatua para que acompañara Simon Bolivar,  ya que el pobrecito estaba solo, mientras los hombres decían que era un atrevimiento muy grande. Eso me encantó. Eso fue hace dos años. Además en el 2015 hicimos una instalación que se llamaba Somos la memoria de un Genocidio en la Plaza de Bolívar para el caso de la Unión patriótica (en la cual hubo más de 6000 víctimas), donde pusimos andamios con cinco mil camisas blancas, que se movían con el viento. En el 2018, una instalación se unió con un concierto, se llamaba Concierto para los ausentes y pusimos 5000 sillas vacías blancas con el nombre de cada uno, y el público estaba detrás de las sillas. La gente llegaba y se encuentraba en frente de cosas muy extremas, no se necesita algún discurso, allí está la síntesis de todo. Siempre busco  una función poética y política simultaneas. Eso es, pero también trabajo en la universidad, soy profesora de dramaturgia para poder vivir».

¿Sus planes para el futuro?
P.A.:
 «En este momento tengo un plan para noviembre: Salida al sol, una puesta en escena para la entrega del Informe de la Comisión de la Verdad. En Colombia hay una Comisión de la verdad que salió de los acuerdos de paz que se firmaron en La Habana y entonces ella ya tiene tres años y, en alianza con el Instituto de las artes de Bogotá, se va a entregar el informe sobre la verdad del conflicto armado. Hicimos un convenio para hacer un montaje con un elenco interdisciplinario: cantantes, raperas, cantantes de opera, danza urbana. Vamos a hacer una cosa muy transgresora sobre la verdad. ¿Porque qué es la verdad? Pues claro allá la verdad oculta es que en todos los asesinatos siempre le echan la culpa al pistolero, al contratado que fue el que disparó, que por su puesto es responsable. Pero no es el único responsable, arriba de ellos está quien le da las ordenes, y eso quiere ocultarse porque están las multinacionales, los ricos, los banqueros que son los que dan los ordenes. Entonces nosotros tratamos de develar porque el arte tiene que develar lo que está oculto, lo que la sociedad no conoce por otros medios. Entonces ese es el proyecto inmediato. Los otros proyectos: este año sale el veredicto de la Corte penal internacional sobre el genocidio de la Unión patriótica. Creemos que tenemos la tarea de la reparación: la reparación de las victimas tiene que ser económica, social y cultural y a mí me interesa trabajar en la reparación cultural. Entonces como el Estado  va a ser condenado, el Estado tiene la obligación de pedir perdón, de reconocer su responsabilidad y también de otorgar recursos para la reparación. Las victimas tienen que ser reparadas, pero también tiene que ser reparada la sociedad, porque fue un daño, una herida social muy profunda. Hay que crear otra tradición, de respeto a la vida principalmente. Que haya libros, publicaciones, poemas, canciones, todo esto que es algo que a mí me interesa mucho hacer también».