Dialoghi del cuscino

Al Teatre Lliure de Gràcia, in Barcellona, è andata in scena l’ultima creazione di Agrupación Señor Serrano, The Mountain, uno spettacolo sulla questione della verità “nell’epoca della sua riproducibilità tecnica”.

En el Teatre Lliure de Gràcia, en Barcelona, se ha puesto en escena la última creación de Agrupación Señor Serrano, The Mountain, un espectáculo sobre la cuestión de la verdad “en la época de su reproducibilidad técnica”.

El de la verdad es un campo que siempre se ha puesto en el centro de la reflexión filosófica y que, en su peculiar vínculo con la imagen y, por lo tanto, con su misma representación, constituye el corazón de cada reflexión estética que no quiere esconderse detrás de la hipocresía del art pour l’art y que reconoce en el arte un contenido de verdad.

Hoy la cuestión ha adoptado la connotación de un radicalismo tan extremo de cuestionar la centralidad misma de la “visión” como “instrumento” capaz de devolver inmediatamente la objetividad de la realidad hacia donde la que la mirada se dirige.

De Derrida a Merleau-Ponty y Wittgenstein, como también de Gadamer a Austin, Butler y Einstein, la lista de las personalidades que han reconocido la existencia del ser humano en una relación estructural de reciprocidad con el mundo es larga y muy prestigiosa. Cada personalidad, en sus modalidades específicas, concuerda en no reducir el mismo mundo a lo que es concreto como “hecho” y en implicar en cada “objetividad”, en cada ente de la realidad y también en cualquier tipo de evento, tanto una dimensión de visibilidad como una contemporánea de invisibilidad y espiritualidad con esta última que abraza la primera como un aura.

Este juego de concomitancia entre visible e invisible del mundo (cuyas partes integrantes las relaciones, las fuerzas energéticas y las dinámicas) es el “chiasma” con el que Merleau-Ponty indicaba las características esenciales de reciprocidad, necesidad y complementariedad de lo que es observable y lo que no es observable. Por lo tanto, que no exista “vistazo” libre de connotaciones prospectivas, ideológicas o “contaminadas” por el “juego” entre visible e invisible podría parecer una declaración casi banal, pero, sin embargo, esta aparente banalidad ha determinado una profunda distorsión en el modo de concebir la relación del ser humano con la verdad y en relación con el concepto de autoridad.

En este sentido, resulta iluminadora considerar el perverso “cuerpo a cuerpo” que hoy se ha instalado – precisamente sobre la cuestión de la realidad y de su representación – entre viejos y nuevos medios masivos de comunicación. Por un lado, tenemos los supuestos medios tradicionales y por otro las nuevas redes sociales y si los primeros acusan a los segundos de envenenar la información con la difusión de contenidos virales (mentiras, fake news, hate speech), los segundos polemizan contra la parcialidad de los primeros y contra su haber abdicado a la función de cuarto poder y de haberse sometido a los intereses de unos pocos grandes editores.

La cuestión, como se puede comprender, es crucial y si se refiere a la frustración entre los que han perdido el “monopolio de la verdad” y los que aspiran a emancipar la libertad de expresión, en realidad el conflicto es menos lineal de lo que puede parecer en primera instancia porque las mismas redes sociales pertenecen a los mayores potentados económicos que la historia jamás ha conocido y porque la posibilidad de profundización de prensa sigue siendo casi exclusiva de los contenidos tradicionales.

En 2016, para intentar hacer orden en un escenario sumamente confuso y en el que la búsqueda de la audiencia se estaba realizando – y sigue haciéndolo – sin exclusión de golpes, the Oxford English Dictionary, tomando prestado un concepto elaborado por Colin Crouch en 2003, ha intentado dar una definición de post-verdad indicando como ya en la situación actual «los hechos objetivos son menos influyentes en la formación de la opinión pública de las apelaciones a las emociones y a las creencias personales». En realidad, tener a disposición una definición para propio uso y consumo ha legitimado cualquier intento acrítico de poner en crisis la idea misma de autoridad y ha difundido un uso indiscriminado e inquietante de términos de absoluta vaguedad, como “establishment” o el evergreen “contracultura”. Entre los viejos y los nuevos medios, en el altar de la post-verdad y de una interpretación trivial del foucaultiano vínculo entre el saber y el poder, se estaría consumando la lucha entre los que afirman que la única visión legítima es la dominante o la alternativa y los que califican el campo adverso de propaganda, pero frente a este dramático escenario no está claro, entre los viejos y los nuevos medios de comunicación, cual pertenece a uno u otro campo, ya que las acusaciones son las mismas y recíprocas.

En este cortocircuito se introduce perfectamente la poética transdisciplinar (modelos a escala, secuencias de vídeo y cameras en tiempo real, videojuegos) de Agrupación Señor Serrano, compañía que con The Mountain ataca a la temática de la relación entre la realidad y la representación, tratando de desactivar las derivas simplista y populistas a través de una performance sobre la diferencia entre “en vivo” y “en digital”.

La puesta en escena descompone la realidad en un prisma y pone la tecnología al servicio de una propuesta estética y dramaturgica consciente de la función del arte de tener que colocarse en una posición disonante respecto al sentido común y a salvo de la tentación de una estéril polémica.

La escena se construye visualmente y dramáticamente en cinco situaciones, «una
maqueta de una ciudad del Midwest donde acaba aterrizar una nave alienígena; el
cuerpo sin vida del alpinista George Mallory entre los hielos eternos del Everest; una
reproducción a gran escala del Monte Everest; espacios públicos y privados de unos
Estados Unidos cautivados por la radio; jugadores de baseball que afirman estar
jugando a bádminton con la complicidad y el consenso del espectador», mientras que el juego teatral se mueve en tres niveles narrativos y se organiza en tres subtramas performativas que permiten de «jugar con obstaculizar o fragmentar la visión de lo que sucede en el escenario, de la misma manera que a menudo se nos presenta la verdad,
obstaculizada y fragmentada» (dossier de dirección).

Esta doble (triple) división se desarrolla a través de la aventura de Mallory y la lectura conmovedora de las cartas escritas por la esposa sin que ella sabía lo que había pasado a su marido, de la dialéctica entre el Welles joven (que ingenuamente afirma que no había previsto de nada las consecuencias de su “broma” radiofónica) y el Welles adulto (perfectamente consciente de su experimento desmistificante) y, por último, un “sabio” Putin cuya cara está reconstruida en vivo con la face-mapping en el rostro de la actriz mientras habla sobre la confianza y la fe y admite que la primera, a diferencia de la segunda, es falsificable y susceptible de crítica.

The Mountain, en el sentido de la intención y de la técnica, se presenta como una summa poética de Agrupación Señor Serrano, y elabora sus contenidos en el tema (de la realidad y de su representación), en particular, en relación con el ejercicio de manipulación del público de Welles por el equivalente de las actuales redes sociales (el broadcast radiofónico de los años 30, La guerra de los mundos). La ascensión a la montaña se desarrolla en un paralelismo entre el famoso mito platónico del séptimo libro de La República (el individuo se libera de las cadenas y sale de la gruta, puede subir a la cima de la montaña y contemplar la “totalidad”) y de acuerdo con la idea de Popper de la verdad como falsificación/búsqueda continua – un paralelismo según el cual ir a la cima no representa la conclusión del conocimiento, sino sólo un paso desde el cual volver a comenzar sin aceptar nunca por inducción como obvio o dogmático y sin olvidar la necesidad de volver a dialogar con quien se había “quedado en cadenas”.

Las micronarraciones de The Mountain se ponen en escena en la canónica alternancia de filmaciones live y vídeos grabados e involucra la misma compañía catalana cuando revela haber abierto un sitio de fake news con el que, a través del mecanismo de advertising de Google, ha podido cubrir parte de los gastos de equipamiento. Pues la estructura dramaturgica es fiel a un proceso creativo que incluye recíprocamente y sin solución de continuidad la mezcla entre realidad y virtualidad y hace de la exaltación posmoderna de las “micronarraciones” el material de una meta-narración sobre verdad y falsedad, sinceridad y mentira.

A pesar de la reconocibilidad estilística y de la coherencia de los estilemas, lo que era un perfecto equilibrio en A house en Asia o en Birdie, con The Mountain se convierte sin embargo en una tecno-multimedialità “compostura” que – del interesante pero no plenamente desarrollado uso del dron en vivo al face-mapping, de la multiplicación de las videos a la fragmentación de la dramaturgia – aunque estructura una narración armónica, sigue siendo demasiado tímida en el deconstruir la cuestión histórica de la fe en la verdad, sobre todo si se piensa en el contexto histórico en que el espectáculo ha estrenado.

Durante la pandemia de 2020, tan la contraposición entre negacionistas y fideistas en relación con la ciencia (por ejemplo, sobre las vacunas, ya deflagrada en toda su miope inconsistencia) como la contraposición entre la potencia de los medios masivos de comunicación a canales y redes unificadas dirigidas por la política han actuado hacia el imaginario del Covid-19 sin llegar a elaborar un pensamiento complejo de contención sanitaria y apoyo a las exigencias económico-social: sobre todo a esto el espectáculo cuesta “distanciarse del mundo” y diferenciarse de la realidad para luego volverse críticamente sobre ella así haciendose más su expresión y representación que su testimonio.

The Mountain combina su contexto histórico y la idea de Adorno de «analizar las obras de arte significa tomar conciencia de la historia inmanente en ellas almacenada», pero parece ocultar y no descubrir – por una sobreabundancia tecnológica de “alusiones” – la intención de revolver la olla de las fake news y de un imaginario cada vez más esclerotizado en concepciones estereotipadas y cada vez menos capaz de confrontarse y estructurar convicciones basadas en la validación de la realidad y en la búsqueda de verdades más complejas.

Mientras ponen con argucia el problema de una información como un (cuarto) poder dotado de contenido, dirección y orientación que puede ser heterodirecto y en la que nadie està seguro, The Mountain se pone en una posición a veces didascalico-pedagógica, monocorde y eurocéntrica. La misma identificación de Putin como storyteller profesional de la narración instrumental de lo que ya existe resulta demasiado ideológicamente parcial y dada por sentada para no minimizar el magnitud de otras cuestiones igualmente fundamentales para la humanidad, como la pobreza, el cambio climático, la diferencia de género, el acceso universal a los tratamientos vitales y la legitimidad de una información independiente. En este ultimo sentido, sigue siendo “secundaria” la tendencia de los medios masivos de comunicación que, por ejemplo en referencia con los eventos relacionados con el Covid19, equipara el Brasil del negacionista Jair Bolsonaro con la civil y plural Unión Europea sobre la función partidista asumida tanto por la red como por los periódicos y televisiones cuando ambos censuran y contrastan cada investigación que difiere a las informaciones institucionales o a las echo-chambers (entornos en los que sólo se encuentran opiniones y convicciones similares a las suyas y no se admiten alternativas).

The Mountain ve pero no formaliza adecuadamente esta condición de extrema y dramática actualidad y sigue siendo, sutil y tal vez un poco intelectual, la provocación que, como ha escrito nuestro Luciano Ugge, «quizás la verdad es sólo una ilusión que necesita hechos o artefactos para ser creída: una foto, la cámara de Mallory, una grabación. En esencia, el trazado de un recorrido que, sin embargo, como todas las pistas, puede ser borrado».

Foto: Jordi Soler

Teatre Lliure de Gràcia
Montseny 47, Barcelona

The Mountain
dramaturgia y dirección Àlex Serrano, Pau Palacios y Ferran Dordal
compañía Agrupación Señor Serrano
performers David Muñiz, Pau Palacios, Anna Pérez Moya/Blanca García Lladó (27/03 tarde) y Àlex Serrano
espacio escénico y maquetas Lola Belles y Àlex Serrano
vestuario Lola Belles
iluminación Cube.bz
videoprogramación David Muñiz
videocreación Jordi Soler Quintana
música original Nico Roig
máscara digital Román Torre
ayudante de escenografía Mariona Signes
jefe técnico David Muñiz
producción ejecutiva Paula Sáenz de Viteri
jefa de producción Barbara Bloin
distribución Art Republic
coproducción GREC Festival de Barcelona, Teatre Lliure, Centro de cultura contemporánea Condeduque, CSS Teatro Stabile di Innovazione del Friuli – Venezia Giulia, Teatro Stabile del Veneto – Teatro Nazionale, Zona K, Monty Kultuurfaktorij, Grand Theatre y Feikes Huis
con el apoyo de Departament de Cultura de la Generalitat y Graner – Mercat de les Flors