El invisible que se vuelve visible sin quererlo

Gabriela Carrizo y Franck Chartier firman Triptych: the missing door, the lost room and the hidden floor con la intención de sumergir el publico en una situación cinematográfica. En gira en toda Europa el espectáculo abre el Festival de Otoño.

El invisible y los tabúes siempre han sido uno de los puntos centrales en la búsqueda creativa y artística de Gabriela Carrizo y Franck Chartier, que dirigen juntos la compañia Peeping Tom. Y de echo Triptych: the missing door, the lost room and the hidden floor muestra todo lo que es invisible, todo lo que está detrás de las puertas, todo lo que se cela en el inconsciente del ser humano.

El espectáculo se compone de tres cuadros: los citados The missing door, The lost room y The hidden floor. En todos gobierna un estado de ansiedad, angustia y terror.

En el primer cuadro, un hombre intenta escapar de una sala de espera, una hall de un hotel, un lugar sin identidad en el cual se encuentra atrapado. Sangre y un cuerpo sin vida: dos elementos que abren y cierran el cuadro y que hacen pensar a un homicidio. No se entiende el porqué del homicidio, pero algo pasa. La intención de todas formas no es de dar explicaciones o un mensaje, sino de sugestionar el público. Y las sugestiones siguen en el segundo y en el tercer cuadro.

El espacio escénico del segundo cuadro parece ser una habitación de un hotel. Es lo que nos sugestionan los detalles de este espacio. Antes de todo la camarera, nexo de unión entre todos los cuadros, limpia y prepara el cuarto para los nuevos huéspedes; luego la despersonalizada elegancia que caracteriza el espacio. Podría ser más bien que un simple cuarto, quizás un camarote de lujo de un barco de crucero. Aquí también, sangre, y aquí también, como en el primer cuadro, el final y el inicio coinciden, en un estilo narrativo de un horror cinematográfico. A partir de la primera imagen, se vuelve supuestamente atrás en el tiempo hasta llegar a entender lo que pasó antes para llegar a esa imagen. Aquí también, las puertas se abren, se cierran y encierran.

En fin, el espacio escénico del tercer cuadro parece ser un restaurante cerrado y degradado, inundado por agua. Agua que se integra y acompaña los movimientos y las partituras esquizofrénicas de una sociedad al borde del colapso.

¿Quién sabe desde cuánto tiempo la gente sigue estando allá, enjaulada en una nueva realidad, en un escenario post apocalíptico, donde ya nada tiene sentido?

¿Es sueño o es vida? ¿El tiempo existe todavía, así como lo conocemos?

En una escenografía tan realista y detallada y en una narración tan surrealista, los cuerpos de los bailarines son extremamente expresionistas, con una partitura de movimientos extremos, imposibles: cogidas y caídas, flexiones extremas, equilibrismos que no casan con las leyes de la naturaleza, contorsiones siniestras, extremidades que parecen descoyuntarse, rotaciones propias de un muñeco de trapo.

El espacio escénico perfectamente cuidado junto a las luces (Tom Visser) y a la música (Raphaëlle Latini, Ismaël Colombani, Annalena Fröhlich, Louis-Clément Da Costa) nos llevan a un escenario paranormal, es a partir de esta estética de horror psicológico que el miedo, la ansiedad, la apatía por la vida, los traumas viscerales y las turbaciones del ser humano aumentan hasta sobresalir en el último cuadro, como el agua que se escapa por todos lados. Seguramente la mezcla de los fragmentos musicales, objetos que se infringen, ruidos (tic tac de un metrónomo, portazos, voces y crujidos, viento que sopla) contribuye en crear un ambiente angustioso.

Por cuanto queramos aguantar, por cuanto queramos esconder nuestros traumas, por cuanto queramos escondernos en nuestros espacios privados y mostrarnos de manera distinta al mundo, el subconsciente, las pulsiones y las emociones hacen parte de la condición del ser humano. Cuanto más la atrapamos, más ella quieren escapar, como el agua que se escapa por todos los lados, o como el viento que abre y cierra las puertas, como la sangre que se expande.

Triptych se interroga sobre la condición de la humanidad en una contemporaneidad cada vez menos humana, se cuestiona sobre el valor del tiempo y de las relaciones, y de cómo encerramos las emociones y los traumas en cuartos, en espacios privados, escondidos. Pensamos que encerrándolos los escondemos, en realidad somos nosotros mismos que nos encerramos. Todo lo que parece invisible en realidad es visible, aunque lo escondamos.

El espectáculo se representó dentro del Festival de Otoño
Teatros del Canal, Sala Roja, Madrid
desde el 11 al 14 de noviembre
jueves a sábado a las 20.30
domingo 19.30

Triptych: The missing door, The lost room and The hidden floor
directores Gabriela Carrizo y Franck Chartier
creación y coreografía Gabriela Carrizo y Franck Chartier
asistente artístico Thomas Michaux
elenco Konan Dayot, Fons Dhossche, Lauren Langlois, Panos Malactos, Alejandro Moya, Fanny Sage, Eliana Stragapede y Wan-Lun Yu
sonido Raphaëlle Latini, Ismaël Colombani, Annalena Fröhlich y Louis-Clément Da Costa
diseño de iluminación Tom Visser
diseñador de escena Gabriela Carrizo y Justine Bougerol
vestuario Seoljin Kim, Yi-chun Liu y Louis-Clément Da Costa
dirección técnica Giuliana Rienzi (tour) y Pjotr Eijckenboom (creación)
diseño de sonido Tim Thielemans
ingeniero de iluminación Bram Geldhof
técnico de escena Giuliana Rienzi (stage manager), Clement Michaux y Johan Vandenborn (stage assistants)
fotografía Virginia Rota y Maarten Vanden Abeele
Coproducción de la Ópera Nacional de Paris, Ópera de Lille, Tanz Köln, Göteborg Dance y Theatre Festival, Théâtre National Wallonie-Bruxelles, deSingel Antwerp, GREC Festival de Barcelona, Festival Aperto/Fondazione I Teatri (Reggio Emilia), Torinodanza Festival/Teatro Stabile di Torino – Teatro Nazionale (Turin), Dampfzentrale Bern, Oriente Occidente Dance Festival (Rovereto)